09 diciembre 2007

Ciudad a punto de estallar

Autor: Víctor González

Jamás imaginó cambiar así de apariencia ni mucho menos de lugar. Realmente fue extraña la manera en que su cuerpo se lleno de color .hace tiempo que vivía tranquila en ese lugar sin molestia alguna, disfrutaba del sol y de la lluvia, de vez en cuando a la distancia escuchaba alguna serenata de un enamorado furtivo.
El día menos pensado ocurrió la tragedia. Primero sintió la viscosidad recorrer lentamente su cuerpo hasta cubrir la mayor parte de él, inmediatamente después la tranquilidad habitual se desmoronó con “los auxilios”,”los Socorros”, “ayúdenme” y los ruidos mezcladas de las sirenas de ambulancias o patrullas policiacas. Neta que no sabía distinguir los” ululares”. Era un barrio donde nunca pasaba nada, hasta ese día.
Comenzó la redada. Al parecer ella fue la primera que prácticamente “levantaron” sin decir nada. Era un lugar obscuro y sombrío donde fue confinada. Entre la oscuridad que predominaba distinguió a otras vecinas del sector bajo una fuerte inspección de unos agentes ataviados de blanco y guantes verdes.
Al parecer el interrogatorio era terrible. Un extraño artefacto desquebrajaba el cuerpo de las más débiles. Sintió miedo por primera vez. Cundo tocó su turno, temblaba, sin embargo no lo demostró para que no sospecharan de que ocultaba algo o que se sentía culpable de lo ocurrido. Los policías, al parecer científicos, sin educación alguna aventaron agua sobre su piel para quitarle la mancha, que a ese tiempo ya estaba seca y pasó del rojo al ocre. Apenas se acercaba amenazante el aparato que desquebrajó a sus infortunadas compañeras, cuando una voz que provenía de un pasillo ordenó parar la operación.
ya habían identificado el tipo de sangre de la victima. Sin más sin ninguna explicación ni un usted disculpe, fue sacada del lugar y arrumbada a un paraje solitario, lejos del barrio donde se formó desde que era una pequeña arcilla.
El sol dio de lleno en su cara redonda y se reconfortó, al fin y al cabo solo era una piedra testigo de un crimen atroz, solo bastaba esperar la lluvia para que lavara por completo la mancha ocre que aun quedaba en su cuerpo, evidencia de un homicidio, en un barrio tranquilo de una ciudad a punto de estallar.

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