Autor: Víctor González
Quizás tal vez San Nicolás no sabe leer náhuatl. Sonó una voz del rincón del jacal para justificar la ausencia del personaje navideño que cuentan los turistas. En su comunidad no celebraban las fiestas navideñas como se acostumbran en las ciudades. Ahí en la sierra, con temperaturas bajo cero, llegaban niños sonrientes y próvidos de regalos contando que un hombre gordo vestido de rojo y con una risa jocosa anunciando su llegada traía juguetes a los niños bien portados. Una vez una caravana de religiosos llegó a la aldea y repartieron comida, colchas y juguetes para los niños indígenas pero nunca el gordo simpático que cuentan los niños de la ciudad.
Un día alguien de los chámacos contó el procedimiento para que Santa Claus visitara su casa en noche buena. Una carta, si, una carta pidiéndole el juguete de su preferencia. Tres inviernos pasaron desde que le desvelaron el secreto para atraer a Santa Claus. -Quizás no entiende nuestro dialecto-dijo la madre abnegada, quien de rodillas atizaba el fuego para la cena. Y es que Jacinto, entendía el español y lo hablaba, pero no lo escribía. Tres cartas escritas en náhuatl sin respuesta alguna.
Jacinto no comprendía. Un niño dijo que Santa hablaba todos los idiomas del mundo.-sucede, hijo mío. De nuevo la voz arrinconada- que nuestra lengua no es un idioma es un dialecto que no se habla en la tierra de Santa Claus-.pensó que su padre tal vez tenia razón y apagó la vela
Despertó convertido en un hombre y debajo de la almohada una carta arrugada dirigida a San Nicolás sin enviar desde hace tiempo. Déjate de boberías y baja al pueblo para que busques trabajo dijo su padre que seguía arrinconado en la cama a causa de una embolia desde hace cuatro años.
Un almacén llegó al pueblo con oportunidades de trabajo para los serranos. Jacinto acudió a pedir trabajo y como sabia hacer cuentas lo pusieron de vendedor en el área de juguetes y fue ahí donde lo vio. Al final del pasillo, sentado en una silla y con un niño cargado en las rodillas. San Nicolás o Santa Claus ya no importaba como lo llamaban. Estaba ahí tal como se lo describieron en su niñez. Se acerco lentamente con los ojos muy abiertos y le pregunto- sabes leer náhuatl- . El tipo vestido de rojo le contesto-Ja, ni fui a la escuela porque crees que tengo este empleo de mierda. Se dio la media vuelta dejando a Jacinto aun con la ilusión de escribirle otra carta en esta navidad.
28 diciembre 2007
21 diciembre 2007
Espejismo
Autor: Víctor González
A las cinco de la mañana suena el radio-despertador, aturdido se levanta dando traspiés rumbo al baño. Se afeita, después una ducha con agua fría para despertar completamente. Se sirve una taza de café y fuma un cigarro. Despacio se viste, se mira en el espejo, comienza a contar sus arrugas al mismo tiempo abotona su camisa.
Comienza a tocar las paredes de su casa, aun no abre las ventanas. Sin darse cuenta en que momento camina por el techo. Se detiene a observar a una araña, el insecto se cohibe. Entiende el mensaje,y se desliza por un hilo de seda alejandose del arácnido.
Ahora deambula en círculos. Se topa frente a él , comienza a insultarlo ¡largarte!, ¿que haces aquí?, ¡no te quiero ver!, ¡eres una vasca!, ¡un parásito come mierda!.
No le contesta ,solo imita cada movimiento de su agresor. Se enfada, lanza un puñetazo, brota la sangre; otro golpe, más sangre. Al límite de la ira, da un cabezazo y la sangre no le permite verlo, poco a poco guarda silencio.
Se da cuenta que falta un botón. No le da importancia. Observa la hora, ya es tarde a las seis debía de estar en el hospital. Timbra el teléfono y descuelga la bocina. Una voz indiferente y triste avisa que su hijo murió golpeándose contra el espejo. Cuelga y seriamente sube a su cuarto. Despierta a su mujer, la abraza, lloran. Voltea a ver el espejo y lo lanza por la ventana, haciéndose añicos contra el suelo.
A las cinco de la mañana suena el radio-despertador, aturdido se levanta dando traspiés rumbo al baño. Se afeita, después una ducha con agua fría para despertar completamente. Se sirve una taza de café y fuma un cigarro. Despacio se viste, se mira en el espejo, comienza a contar sus arrugas al mismo tiempo abotona su camisa.
Comienza a tocar las paredes de su casa, aun no abre las ventanas. Sin darse cuenta en que momento camina por el techo. Se detiene a observar a una araña, el insecto se cohibe. Entiende el mensaje,y se desliza por un hilo de seda alejandose del arácnido.
Ahora deambula en círculos. Se topa frente a él , comienza a insultarlo ¡largarte!, ¿que haces aquí?, ¡no te quiero ver!, ¡eres una vasca!, ¡un parásito come mierda!.
No le contesta ,solo imita cada movimiento de su agresor. Se enfada, lanza un puñetazo, brota la sangre; otro golpe, más sangre. Al límite de la ira, da un cabezazo y la sangre no le permite verlo, poco a poco guarda silencio.
Se da cuenta que falta un botón. No le da importancia. Observa la hora, ya es tarde a las seis debía de estar en el hospital. Timbra el teléfono y descuelga la bocina. Una voz indiferente y triste avisa que su hijo murió golpeándose contra el espejo. Cuelga y seriamente sube a su cuarto. Despierta a su mujer, la abraza, lloran. Voltea a ver el espejo y lo lanza por la ventana, haciéndose añicos contra el suelo.
El colapso
autor:Víctor González
Todos los días subía a ese edificio de treinta pisos, además de viejo, ya estaba cansado. Casi treinta años descendía y ascendía distintos niveles. Sucedió lo inevitable, un aciago día, comenzó a faltar el oxigeno. Jadeaba y se tambaleaba .Se quedo inmóvil. La gente comenzó a gritar pidiendo auxilio. Al poco tiempo apareció un hombre vestido con una bata blanca, y de un maletín negro saco un aparato. Ante el estupor de todos procedió a revisarlo. Sin contemplaciones dictamino que el edificio necesitaba un elevador nuevo.
Todos los días subía a ese edificio de treinta pisos, además de viejo, ya estaba cansado. Casi treinta años descendía y ascendía distintos niveles. Sucedió lo inevitable, un aciago día, comenzó a faltar el oxigeno. Jadeaba y se tambaleaba .Se quedo inmóvil. La gente comenzó a gritar pidiendo auxilio. Al poco tiempo apareció un hombre vestido con una bata blanca, y de un maletín negro saco un aparato. Ante el estupor de todos procedió a revisarlo. Sin contemplaciones dictamino que el edificio necesitaba un elevador nuevo.
20 diciembre 2007
Sofía
Autor: Víctor González
El ambiente se inundó de bullicio. Un sin fin de “como estás, que milagro, pero-que-delgada-te-ves” salían atropelladamente de aquellas mujeres vestidas de fiesta. Celebraban la posada del magisterio que finalizaba el ciclo escolar de invierno. Estas mujeres ataviadas de seda y perfume caro bien podrían ser hechiceras por sus encantos.Cuando en realidad se convertían en brujas frente a una centena de párvulos estudiantes. En una mesa larga, instalada en la estancia, las mentoras degustaban el almuerzo preparado para el festín. Sólo una silla sin ocupar desentonaba con la escena de fraternidad que se dibujaba. En esos momentos Sofía llegó apresurada alineándose los cabellos y ajustándose un poco la falda. ¿Donde estabas? Trono una voz ansiosa por conocer el motivo de la tardanza. Palabras agitadas aun respondieron ¡esta aquí! Vino a verme! ¡Nooo, qué loco, manita! Después silenciosas almorzaron.
Fue en una convención donde esa actitud conocedora del mundo la envolvió y rápidamente la capacidad de grandilocuencia del orador la sumergió en un torbellino de emociones nunca antes sentidas ni cuando su marido, el rector del instituto escolar donde trabaja, le pidió matrimonio frente a la catedral de Notre Dame en Paris.
La carga laboral, los seminarios, diplomados, y las reuniones sociales del magisterio fueron enfriando la relación entre ellos. Sofía se sentía solitaria en casa siempre con un plato de comida esperando la llegada a tiempo. Sonaba el teléfono y detrás el auricular se escuchaba ¡disculpa, mí amor! Llegaré tarde. Todo un año de llegar tarde no sólo enfriaron la cena servida.
Encuentros furtivos de pasión vinieron aderezar un poco su monótona vida. El estrés de las clases y los desaires maritales se estrellaban en una coraza de amor prohibido que Faustino prodigaba a Sofía.
A media reunión recibió un mensaje en su teléfono móvil –te espero en la habitación 123, primer piso, no tardes-sonrió y se levantó de la mesa disculpándose con los presentes. Su amiga lanzo una mirada de complicidad y en voz baja exclamó “perrita sucia”.
No hubo necesidad de tocar la puerta del cuarto. Estaba sin llave.la sonrisa desapareció cuando descubrió el cuerpo desmayado de Faustino y frente a ella su marido con un arma en la mano. Antes de que reaccionara, su esposo, la puso al tanto de que en la mañana la siguió hasta el hotelucho donde tuvo el encuentro con su amante. Sabía todo por una llamada anónima. Tres disparos silenciosos y la belleza de Sofía sucumbió al plomo. Después puso el arma en la mano del amante envenenado. La confidente de Sofía ajena al drama seguía en la fiesta en el primer nivel, cuando recibió el mensaje-Listo ya esta hecho, va parecer suicidio y homicidio, ahora sube para que hagas el hallazgo, besos-eliminó el mensaje.
El ambiente se inundó de bullicio. Un sin fin de “como estás, que milagro, pero-que-delgada-te-ves” salían atropelladamente de aquellas mujeres vestidas de fiesta. Celebraban la posada del magisterio que finalizaba el ciclo escolar de invierno. Estas mujeres ataviadas de seda y perfume caro bien podrían ser hechiceras por sus encantos.Cuando en realidad se convertían en brujas frente a una centena de párvulos estudiantes. En una mesa larga, instalada en la estancia, las mentoras degustaban el almuerzo preparado para el festín. Sólo una silla sin ocupar desentonaba con la escena de fraternidad que se dibujaba. En esos momentos Sofía llegó apresurada alineándose los cabellos y ajustándose un poco la falda. ¿Donde estabas? Trono una voz ansiosa por conocer el motivo de la tardanza. Palabras agitadas aun respondieron ¡esta aquí! Vino a verme! ¡Nooo, qué loco, manita! Después silenciosas almorzaron.
Fue en una convención donde esa actitud conocedora del mundo la envolvió y rápidamente la capacidad de grandilocuencia del orador la sumergió en un torbellino de emociones nunca antes sentidas ni cuando su marido, el rector del instituto escolar donde trabaja, le pidió matrimonio frente a la catedral de Notre Dame en Paris.
La carga laboral, los seminarios, diplomados, y las reuniones sociales del magisterio fueron enfriando la relación entre ellos. Sofía se sentía solitaria en casa siempre con un plato de comida esperando la llegada a tiempo. Sonaba el teléfono y detrás el auricular se escuchaba ¡disculpa, mí amor! Llegaré tarde. Todo un año de llegar tarde no sólo enfriaron la cena servida.
Encuentros furtivos de pasión vinieron aderezar un poco su monótona vida. El estrés de las clases y los desaires maritales se estrellaban en una coraza de amor prohibido que Faustino prodigaba a Sofía.
A media reunión recibió un mensaje en su teléfono móvil –te espero en la habitación 123, primer piso, no tardes-sonrió y se levantó de la mesa disculpándose con los presentes. Su amiga lanzo una mirada de complicidad y en voz baja exclamó “perrita sucia”.
No hubo necesidad de tocar la puerta del cuarto. Estaba sin llave.la sonrisa desapareció cuando descubrió el cuerpo desmayado de Faustino y frente a ella su marido con un arma en la mano. Antes de que reaccionara, su esposo, la puso al tanto de que en la mañana la siguió hasta el hotelucho donde tuvo el encuentro con su amante. Sabía todo por una llamada anónima. Tres disparos silenciosos y la belleza de Sofía sucumbió al plomo. Después puso el arma en la mano del amante envenenado. La confidente de Sofía ajena al drama seguía en la fiesta en el primer nivel, cuando recibió el mensaje-Listo ya esta hecho, va parecer suicidio y homicidio, ahora sube para que hagas el hallazgo, besos-eliminó el mensaje.
16 diciembre 2007
Por si me olvidas
Autor: Víctor González
Era la tercera vez y ella todo el tiempo permaneció con el rostro en reverencia, silenciosa, inconmovible. Preguntas ivanyvenian sin recibir respuestas. Desconocía totalmente las calles que recorrió y desde luego no sabia que héroe por amor a la patria dio su nombre a la calle donde vivía. Fue precisamente esa mañana cuando salió al mercado que un nosédonde invadió su mente. Los edificios, calles, y los rostros eran desconocidos. Como si al entrar y salir de la carnicería fuera un portal del espacio intemporal. Un pequeñísimo hilo de cordura se rompió después de hacer el trueque del filete que esperaban en casa. Nunca llegó, lo devoró el tiempo. María Asunción fue bautizada así en honor a la asunción de la virgen María. Sin embargo después de casi medio siglo no recordaba ese acontecimiento que revistió las paredes de su casa de un blanco inmaculado, el patio escenario de sus juegos fue perfumado con jazmines colgantes y una hilera de globos blancos y rosas daba la bienvenida a los invitados Sonrientes, glotones, embriagados,y que hartos de felicidad celebraban a la pequeña María Asunción, quien ajena al desbordamiento de prosperidad dormía plácidamente sin que los gritos de los chiquillos que esperanzados gritaban el clásico “bolo padrino”, la despertaría.
Ninguna identificación traía consigo. Su esposo Alfredo siempre la regañaba porque dejaba el carnet de identificación en casa. -pa, qué que tal si se me pierde, nombre lo difícil que es tramitar de nuevo-. Las autoridades buscaron en la lista de personas reportadas desaparecidas sin éxito alguno. Una trabajadora social integró un expediente escueto y la albergaron en una casa de reposo de abuelitos mientras la buscan sus familiares.
Fue meses después, del primer signo del deterioro mental de asunción, cuando falleció Alfredo. Ahora estaba sola ya que no tuvieron hijos. La primera vez no recordaba los nombres de las personas y ahí en el sepelio de su compañero, se perdió entre los dolientes- ¿que hago aquí?, ¿quienes son ustedes?- . Continuo con su vida Bajo tratamiento medico
Se empleo como sirvienta en el hogar de un matrimonio noble, simplemente para distraerse ya que la pensión de su esposo era buena; aunque a veces se le olvidaba cobrar. Las enfermeras le llamaron “doña” de cariño desde que la recibieron. Descubrieron la fotografía cuando la desvistieron para bañarla, la imagen de un hombre de edad madura, pelo entre cano y bigote, sonriente, quizás porque estaba oculto entre los senos de la mujer. Al revés tenia un mensaje “por si me olvidas, Asunción, soy tu esposo Alfredo que te quiere mucho”. -Ahora sabemos doña asunción que tiene marido esperemos que venga a buscarla. Un año transcurrió. Asunción despertó con el rostro levantado, silbando una melodía. -¡Que contenta amaneció, doña!- Dijo la enfermera. --Soy María Asunción y es una canción que mi difunto marido me dedicaba-. La asistente salió casi corriendo hasta la oficina del director médico para dar la buena noticia. Al llegar a la habitación, María, sentada al borde de la cama frente a la ventana, leyendo un recorte de periódico, levantó la vista ¿Quienes son ustedes? ¿Qué hago aquí? ¡Acaso no saben que soy la Reyna de España, exijo mi liberación!
Era la tercera vez y ella todo el tiempo permaneció con el rostro en reverencia, silenciosa, inconmovible. Preguntas ivanyvenian sin recibir respuestas. Desconocía totalmente las calles que recorrió y desde luego no sabia que héroe por amor a la patria dio su nombre a la calle donde vivía. Fue precisamente esa mañana cuando salió al mercado que un nosédonde invadió su mente. Los edificios, calles, y los rostros eran desconocidos. Como si al entrar y salir de la carnicería fuera un portal del espacio intemporal. Un pequeñísimo hilo de cordura se rompió después de hacer el trueque del filete que esperaban en casa. Nunca llegó, lo devoró el tiempo. María Asunción fue bautizada así en honor a la asunción de la virgen María. Sin embargo después de casi medio siglo no recordaba ese acontecimiento que revistió las paredes de su casa de un blanco inmaculado, el patio escenario de sus juegos fue perfumado con jazmines colgantes y una hilera de globos blancos y rosas daba la bienvenida a los invitados Sonrientes, glotones, embriagados,y que hartos de felicidad celebraban a la pequeña María Asunción, quien ajena al desbordamiento de prosperidad dormía plácidamente sin que los gritos de los chiquillos que esperanzados gritaban el clásico “bolo padrino”, la despertaría.
Ninguna identificación traía consigo. Su esposo Alfredo siempre la regañaba porque dejaba el carnet de identificación en casa. -pa, qué que tal si se me pierde, nombre lo difícil que es tramitar de nuevo-. Las autoridades buscaron en la lista de personas reportadas desaparecidas sin éxito alguno. Una trabajadora social integró un expediente escueto y la albergaron en una casa de reposo de abuelitos mientras la buscan sus familiares.
Fue meses después, del primer signo del deterioro mental de asunción, cuando falleció Alfredo. Ahora estaba sola ya que no tuvieron hijos. La primera vez no recordaba los nombres de las personas y ahí en el sepelio de su compañero, se perdió entre los dolientes- ¿que hago aquí?, ¿quienes son ustedes?- . Continuo con su vida Bajo tratamiento medico
Se empleo como sirvienta en el hogar de un matrimonio noble, simplemente para distraerse ya que la pensión de su esposo era buena; aunque a veces se le olvidaba cobrar. Las enfermeras le llamaron “doña” de cariño desde que la recibieron. Descubrieron la fotografía cuando la desvistieron para bañarla, la imagen de un hombre de edad madura, pelo entre cano y bigote, sonriente, quizás porque estaba oculto entre los senos de la mujer. Al revés tenia un mensaje “por si me olvidas, Asunción, soy tu esposo Alfredo que te quiere mucho”. -Ahora sabemos doña asunción que tiene marido esperemos que venga a buscarla. Un año transcurrió. Asunción despertó con el rostro levantado, silbando una melodía. -¡Que contenta amaneció, doña!- Dijo la enfermera. --Soy María Asunción y es una canción que mi difunto marido me dedicaba-. La asistente salió casi corriendo hasta la oficina del director médico para dar la buena noticia. Al llegar a la habitación, María, sentada al borde de la cama frente a la ventana, leyendo un recorte de periódico, levantó la vista ¿Quienes son ustedes? ¿Qué hago aquí? ¡Acaso no saben que soy la Reyna de España, exijo mi liberación!
09 diciembre 2007
Ciudad a punto de estallar
Autor: Víctor González
Jamás imaginó cambiar así de apariencia ni mucho menos de lugar. Realmente fue extraña la manera en que su cuerpo se lleno de color .hace tiempo que vivía tranquila en ese lugar sin molestia alguna, disfrutaba del sol y de la lluvia, de vez en cuando a la distancia escuchaba alguna serenata de un enamorado furtivo.
El día menos pensado ocurrió la tragedia. Primero sintió la viscosidad recorrer lentamente su cuerpo hasta cubrir la mayor parte de él, inmediatamente después la tranquilidad habitual se desmoronó con “los auxilios”,”los Socorros”, “ayúdenme” y los ruidos mezcladas de las sirenas de ambulancias o patrullas policiacas. Neta que no sabía distinguir los” ululares”. Era un barrio donde nunca pasaba nada, hasta ese día.
Comenzó la redada. Al parecer ella fue la primera que prácticamente “levantaron” sin decir nada. Era un lugar obscuro y sombrío donde fue confinada. Entre la oscuridad que predominaba distinguió a otras vecinas del sector bajo una fuerte inspección de unos agentes ataviados de blanco y guantes verdes.
Al parecer el interrogatorio era terrible. Un extraño artefacto desquebrajaba el cuerpo de las más débiles. Sintió miedo por primera vez. Cundo tocó su turno, temblaba, sin embargo no lo demostró para que no sospecharan de que ocultaba algo o que se sentía culpable de lo ocurrido. Los policías, al parecer científicos, sin educación alguna aventaron agua sobre su piel para quitarle la mancha, que a ese tiempo ya estaba seca y pasó del rojo al ocre. Apenas se acercaba amenazante el aparato que desquebrajó a sus infortunadas compañeras, cuando una voz que provenía de un pasillo ordenó parar la operación.
ya habían identificado el tipo de sangre de la victima. Sin más sin ninguna explicación ni un usted disculpe, fue sacada del lugar y arrumbada a un paraje solitario, lejos del barrio donde se formó desde que era una pequeña arcilla.
El sol dio de lleno en su cara redonda y se reconfortó, al fin y al cabo solo era una piedra testigo de un crimen atroz, solo bastaba esperar la lluvia para que lavara por completo la mancha ocre que aun quedaba en su cuerpo, evidencia de un homicidio, en un barrio tranquilo de una ciudad a punto de estallar.
Jamás imaginó cambiar así de apariencia ni mucho menos de lugar. Realmente fue extraña la manera en que su cuerpo se lleno de color .hace tiempo que vivía tranquila en ese lugar sin molestia alguna, disfrutaba del sol y de la lluvia, de vez en cuando a la distancia escuchaba alguna serenata de un enamorado furtivo.
El día menos pensado ocurrió la tragedia. Primero sintió la viscosidad recorrer lentamente su cuerpo hasta cubrir la mayor parte de él, inmediatamente después la tranquilidad habitual se desmoronó con “los auxilios”,”los Socorros”, “ayúdenme” y los ruidos mezcladas de las sirenas de ambulancias o patrullas policiacas. Neta que no sabía distinguir los” ululares”. Era un barrio donde nunca pasaba nada, hasta ese día.
Comenzó la redada. Al parecer ella fue la primera que prácticamente “levantaron” sin decir nada. Era un lugar obscuro y sombrío donde fue confinada. Entre la oscuridad que predominaba distinguió a otras vecinas del sector bajo una fuerte inspección de unos agentes ataviados de blanco y guantes verdes.
Al parecer el interrogatorio era terrible. Un extraño artefacto desquebrajaba el cuerpo de las más débiles. Sintió miedo por primera vez. Cundo tocó su turno, temblaba, sin embargo no lo demostró para que no sospecharan de que ocultaba algo o que se sentía culpable de lo ocurrido. Los policías, al parecer científicos, sin educación alguna aventaron agua sobre su piel para quitarle la mancha, que a ese tiempo ya estaba seca y pasó del rojo al ocre. Apenas se acercaba amenazante el aparato que desquebrajó a sus infortunadas compañeras, cuando una voz que provenía de un pasillo ordenó parar la operación.
ya habían identificado el tipo de sangre de la victima. Sin más sin ninguna explicación ni un usted disculpe, fue sacada del lugar y arrumbada a un paraje solitario, lejos del barrio donde se formó desde que era una pequeña arcilla.
El sol dio de lleno en su cara redonda y se reconfortó, al fin y al cabo solo era una piedra testigo de un crimen atroz, solo bastaba esperar la lluvia para que lavara por completo la mancha ocre que aun quedaba en su cuerpo, evidencia de un homicidio, en un barrio tranquilo de una ciudad a punto de estallar.
Sacrificio de amor
Autor: Víctor González
Eran días de peregrinación, los primeros vientos del norte se hacían sentir sobre su rostro adusto, espantaba al frío con el cigarrillo que en repetidas ocasiones aspiraba. Desde esa esquina dominaba los tres ángulos de la calle, la gente pasaba casi sin notar su presencia, algunos realizaban compras; otros rezagados de una fila de peregrinaciones. Levantó la vista y miró la luz apagada, arrojó el cigarrillo y subió las escaleras, despacio muy despacio contaba los escalones, tocó la puerta tres veces, nadie abrió.
Casi por instinto giró la perilla y cedió la puerta abriéndose totalmente, sin hacer ruido llegó hasta la recamara principal. Sobre la cama dos cuerpos desmayados intoxicados por la pócima del amor. Un sonido sordo proviniendo de un arma calibre veinticinco despertó a los amantes. Azorados observaron al pie de la alcoba un rostro áspero con una mirada atiborrada de amor y odio a la vez.
El observó a un par de chiquillos pillados en una travesura, apuntó primero al traidor y después a ella, alzó el brazo a la altura de su cabeza y un sonido alteró la noche; su cuerpo cayó con sus brazos en cruz, el arma en la mano derecha aún emitía el humo de la pólvora, ellos abrazados temerosos, salpicados de la sangre de un ser que amó a hasta la misma muerte.
Eran días de peregrinación, los primeros vientos del norte se hacían sentir sobre su rostro adusto, espantaba al frío con el cigarrillo que en repetidas ocasiones aspiraba. Desde esa esquina dominaba los tres ángulos de la calle, la gente pasaba casi sin notar su presencia, algunos realizaban compras; otros rezagados de una fila de peregrinaciones. Levantó la vista y miró la luz apagada, arrojó el cigarrillo y subió las escaleras, despacio muy despacio contaba los escalones, tocó la puerta tres veces, nadie abrió.
Casi por instinto giró la perilla y cedió la puerta abriéndose totalmente, sin hacer ruido llegó hasta la recamara principal. Sobre la cama dos cuerpos desmayados intoxicados por la pócima del amor. Un sonido sordo proviniendo de un arma calibre veinticinco despertó a los amantes. Azorados observaron al pie de la alcoba un rostro áspero con una mirada atiborrada de amor y odio a la vez.
El observó a un par de chiquillos pillados en una travesura, apuntó primero al traidor y después a ella, alzó el brazo a la altura de su cabeza y un sonido alteró la noche; su cuerpo cayó con sus brazos en cruz, el arma en la mano derecha aún emitía el humo de la pólvora, ellos abrazados temerosos, salpicados de la sangre de un ser que amó a hasta la misma muerte.
06 diciembre 2007
Realidad apartada
Por Víctor González
La habitación estaba sumergida en una densa neblina de distintos aromas de sahumerios. Un improvisado altar con sus respetivas veladoras flanqueaban una estatua de Melsequidec. La figura parecía antiquísima y dominaba desde ese ángulo la entrada del cuarto. Sus ojos, arqueados por cejas de profundo relieve, parecían vigilar los movimientos de los visitantes.
En medio de la habitación, una improvisada mesa dominaba el espacio, encima diversas herramientas de cortes con rasgos de sangre seca, al menos eso parecían las costras que se dibujaban en sus cuerpos de acero.
En ese instante sintió un frío intenso recorrer la espina dorsal, las manos empezaron sudarle y los pies se negaban a dar un paso mas entre la bruma de la habitación. Entonces escuchó el grito desgarrador que lo congeló por completo.
¡Fatiimoooo!. El grito provenía de la garganta de su madre quién habilitó la mesa de estancia para cortar la carne producto de la cacearía de esa mañana. La estancia se había impregnado ya del humo de los cigarrillos que fumaban sin parar sus familiares que están de visita. Era el día de la Virgen de Fátima, cuya imagen rodeada de flores y ofrendas estaba radiante de felicidad.
Realmente envidiaba a la estatuilla religiosa por tantos dispendios en su honor. Pero, lo que calladamente lo desencajaba, era soportar la sonrisa burlona echada acuestas cada vez que pasaba a su lado. No podía comprender aun porque decidieron sus padres bautizarlo con el masculino de la supuesta virgen de Fátima.
Tal vez por eso decidió aniquilarla azotándola en el piso, su cuerpo de porcelana se desquebrajo, fue cuando descubrió que realmente era un disfraz que contenía la imagen de Melsequidec Dios de los gentiles, mismo dios que le hablaba en sus sueños.
Se armó un pandemónium, su madre histérica mente gritando, su padre enmudecido con gesto de horror, sus tíos arrodillados rezando plegarias. Fueron los primeros-decía el parte policíaco-fueron degollados en esa posición, después el padre del muchacho arrinconado con un cuchillo incrustado en el corazón. La madre -intervino un detective- sufrió mutilaciones de las extremidades, también degollada; encima de la mesa quedaron los brazos.
No contestaba a los interrogatorios de los policías. solo señalaba hacía los restos de la estatua de la virgen de Fátima, y pronunciaba el nombre de Melsequidec. Lo internaron en el sanatorio mental de las carmelitas y lo recibieron con una medalla de Fátima, y lo que vio, fue el rostro de Melsequidec guiñando el ojo.
La habitación estaba sumergida en una densa neblina de distintos aromas de sahumerios. Un improvisado altar con sus respetivas veladoras flanqueaban una estatua de Melsequidec. La figura parecía antiquísima y dominaba desde ese ángulo la entrada del cuarto. Sus ojos, arqueados por cejas de profundo relieve, parecían vigilar los movimientos de los visitantes.
En medio de la habitación, una improvisada mesa dominaba el espacio, encima diversas herramientas de cortes con rasgos de sangre seca, al menos eso parecían las costras que se dibujaban en sus cuerpos de acero.
En ese instante sintió un frío intenso recorrer la espina dorsal, las manos empezaron sudarle y los pies se negaban a dar un paso mas entre la bruma de la habitación. Entonces escuchó el grito desgarrador que lo congeló por completo.
¡Fatiimoooo!. El grito provenía de la garganta de su madre quién habilitó la mesa de estancia para cortar la carne producto de la cacearía de esa mañana. La estancia se había impregnado ya del humo de los cigarrillos que fumaban sin parar sus familiares que están de visita. Era el día de la Virgen de Fátima, cuya imagen rodeada de flores y ofrendas estaba radiante de felicidad.
Realmente envidiaba a la estatuilla religiosa por tantos dispendios en su honor. Pero, lo que calladamente lo desencajaba, era soportar la sonrisa burlona echada acuestas cada vez que pasaba a su lado. No podía comprender aun porque decidieron sus padres bautizarlo con el masculino de la supuesta virgen de Fátima.
Tal vez por eso decidió aniquilarla azotándola en el piso, su cuerpo de porcelana se desquebrajo, fue cuando descubrió que realmente era un disfraz que contenía la imagen de Melsequidec Dios de los gentiles, mismo dios que le hablaba en sus sueños.
Se armó un pandemónium, su madre histérica mente gritando, su padre enmudecido con gesto de horror, sus tíos arrodillados rezando plegarias. Fueron los primeros-decía el parte policíaco-fueron degollados en esa posición, después el padre del muchacho arrinconado con un cuchillo incrustado en el corazón. La madre -intervino un detective- sufrió mutilaciones de las extremidades, también degollada; encima de la mesa quedaron los brazos.
No contestaba a los interrogatorios de los policías. solo señalaba hacía los restos de la estatua de la virgen de Fátima, y pronunciaba el nombre de Melsequidec. Lo internaron en el sanatorio mental de las carmelitas y lo recibieron con una medalla de Fátima, y lo que vio, fue el rostro de Melsequidec guiñando el ojo.
03 diciembre 2007
Marea de Octubre
por Víctor González
Nada termino con mi partida,
tus lágrimas subieron la marea
de octubre, al recordar mi onomástico
Y un caracol te anunciaba una nueva vida.
Caminabas sin rumbo,
descalza, sintiendo la arena
que un día nos arropó.
Te dejaste llevar por la marea,
una noche sin estrellas.
Todo paso rápido, como una ola embravecida.
Mil noches de soledad
te preguntabas porque me fuí
así de simple, ni el mar calmaba tu furia.
Ahora sé por tí, que intentaste naufragar,
Pero él te salvo.
Y sigues siendo salva
Ahora que nos encontramos.
sumergidos en la misma playa
de hace cinco años.
Mis palabras se estrellan en las rocas
Fragmentadas como las furiosas olas.
Y me miras. Te sumerges, más no develamos
el misterio nocturno.
Me besas, te beso; no pasa más.
Sigues siendo salva.
Me voy de nuevo
Pero sabes que siempre el mar
Me traerá de regreso
Con la marea de octubre.
Nada termino con mi partida,
tus lágrimas subieron la marea
de octubre, al recordar mi onomástico
Y un caracol te anunciaba una nueva vida.
Caminabas sin rumbo,
descalza, sintiendo la arena
que un día nos arropó.
Te dejaste llevar por la marea,
una noche sin estrellas.
Todo paso rápido, como una ola embravecida.
Mil noches de soledad
te preguntabas porque me fuí
así de simple, ni el mar calmaba tu furia.
Ahora sé por tí, que intentaste naufragar,
Pero él te salvo.
Y sigues siendo salva
Ahora que nos encontramos.
sumergidos en la misma playa
de hace cinco años.
Mis palabras se estrellan en las rocas
Fragmentadas como las furiosas olas.
Y me miras. Te sumerges, más no develamos
el misterio nocturno.
Me besas, te beso; no pasa más.
Sigues siendo salva.
Me voy de nuevo
Pero sabes que siempre el mar
Me traerá de regreso
Con la marea de octubre.
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