Autor: Víctor González
El ambiente se inundó de bullicio. Un sin fin de “como estás, que milagro, pero-que-delgada-te-ves” salían atropelladamente de aquellas mujeres vestidas de fiesta. Celebraban la posada del magisterio que finalizaba el ciclo escolar de invierno. Estas mujeres ataviadas de seda y perfume caro bien podrían ser hechiceras por sus encantos.Cuando en realidad se convertían en brujas frente a una centena de párvulos estudiantes. En una mesa larga, instalada en la estancia, las mentoras degustaban el almuerzo preparado para el festín. Sólo una silla sin ocupar desentonaba con la escena de fraternidad que se dibujaba. En esos momentos Sofía llegó apresurada alineándose los cabellos y ajustándose un poco la falda. ¿Donde estabas? Trono una voz ansiosa por conocer el motivo de la tardanza. Palabras agitadas aun respondieron ¡esta aquí! Vino a verme! ¡Nooo, qué loco, manita! Después silenciosas almorzaron.
Fue en una convención donde esa actitud conocedora del mundo la envolvió y rápidamente la capacidad de grandilocuencia del orador la sumergió en un torbellino de emociones nunca antes sentidas ni cuando su marido, el rector del instituto escolar donde trabaja, le pidió matrimonio frente a la catedral de Notre Dame en Paris.
La carga laboral, los seminarios, diplomados, y las reuniones sociales del magisterio fueron enfriando la relación entre ellos. Sofía se sentía solitaria en casa siempre con un plato de comida esperando la llegada a tiempo. Sonaba el teléfono y detrás el auricular se escuchaba ¡disculpa, mí amor! Llegaré tarde. Todo un año de llegar tarde no sólo enfriaron la cena servida.
Encuentros furtivos de pasión vinieron aderezar un poco su monótona vida. El estrés de las clases y los desaires maritales se estrellaban en una coraza de amor prohibido que Faustino prodigaba a Sofía.
A media reunión recibió un mensaje en su teléfono móvil –te espero en la habitación 123, primer piso, no tardes-sonrió y se levantó de la mesa disculpándose con los presentes. Su amiga lanzo una mirada de complicidad y en voz baja exclamó “perrita sucia”.
No hubo necesidad de tocar la puerta del cuarto. Estaba sin llave.la sonrisa desapareció cuando descubrió el cuerpo desmayado de Faustino y frente a ella su marido con un arma en la mano. Antes de que reaccionara, su esposo, la puso al tanto de que en la mañana la siguió hasta el hotelucho donde tuvo el encuentro con su amante. Sabía todo por una llamada anónima. Tres disparos silenciosos y la belleza de Sofía sucumbió al plomo. Después puso el arma en la mano del amante envenenado. La confidente de Sofía ajena al drama seguía en la fiesta en el primer nivel, cuando recibió el mensaje-Listo ya esta hecho, va parecer suicidio y homicidio, ahora sube para que hagas el hallazgo, besos-eliminó el mensaje.
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