Estaban ahí. En un estuche de terciopelo negro que hacía contraste con el dorado de sus circunferencias. Eran las argollas perfectas para sellar el compromiso con Estela. Preguntó por el precio y después de un regateo salió con los anillos dispuesto a presumirle a su amada la adquisición.
Ambos decidieron no utilizar los anillos de herencia que dio la madre de Alberto. No por desairar a su madre sino para romper un poco la tradición de heredar las prendas familiares.
Llegó a casa cuando la cena estaba servida. Un beso. Un hola, ¿cómo te fue? Platos, asado con papas, vegetales y una botella de vino tinto que al final de la cena, media botella estaba consumida.
Al ver las argollas, Estela gritó de la emoción ¡Las encontraste! ¿Dónde?
Alberto explicó con detalles el regateo en la casa de empeño. ¡Al final, cuando el dependiente se enteró de que eran los anillos que soñábamos, casi me los regala!
-Que bueno, pero, ven vamos a dormir que ya es tarde.
Alberto se dejo conducir por Estela hacía la recámara y sin destender las sábanas hacieron el amor.
Después, Estela seguía observando los anillos y fue cuando se percató de la fecha.
¡Alberto! Despierta, tiene una grabación.
Ocho-Noviembre- 1998 Gustavo y Elisa “Por siempre nuestro amor” leyó Alberto la frase incrustada en el interior del cuerpo de uno de los anillos.
¿Se los habrán robado?- cuestionó Estela.
No lo creo, me enseñaron la factura, tal vez se divorciaron y decidieron empeñarlos- respondió Alberto.
Estela y Alberto se sumieron en un profundo silencio, cómo si dieran un tributo a la muerte de ese amor que se prometió para siempre. Estela se instaló en el papel de la Elisa imaginaria-“Tal vez, él la engaño con una tipa fácil del trabajo, o lo peor, salió todo un patán que la golpeaba, o un desobligado que tenía todo tirado y ella como criada, si eso sucedió, me alegró por ella”.
-Rayos, y si el tal Gustavo se hartó de que la mujer no cocinará y que lo mandara medio planchado al trabajo.
Eso se imaginaba Alberto que habría pasado en el fallido amor perpetuado en esos anillos.
- O, lo peor que puede pasar a un hombre, que la mujer lo engañe con otro, si es así se merece que la dejen y me alegro por él que se libró de esa mujer.
No supieron a que hora se quedaron dormidos cada quién en su pensamiento. Al siguiente día se levantaron y caminaron juntos hacía la casa de empeño para regresar las argollas. Hecha la transacción, salieron del establecimiento y caminaron en silencio al Metro. Estela rompió el hielo- Sabes, creo que pasaré un tiempo con mi madre, ¿Cómo ves?
-Creo que es lo mejor por ahora, sale, yo iré a ese congreso que estuve aplazando. Alberto tomó las manos de Estela y depósito un beso suavemente, mientras que la fragancia de la mujer se alojaba en sus labios partidos por el aire frío de la mañana.
En la casa de empeño, los anillos volvieron a su lugar. –Señor, volvieron a regresar las argollas de ese matrimonio que se mató en un accidente.
¡Diablos! – Fúndelos inmediatamente- Grito el gerente. Es la décima devolución en una semana de seguir así me voy a la ruina.
Fin
Víctor González Treviño
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