Por Víctor González
Las moscas me persiguen desde ayer
No logro persuadirlas de abandonarme
Zumban cerca de mis oídos, como si quisieran decirme algo
No entiendo; ¿Qué esperan de mí?
Tanta basura y mierda por ahí regada
Despreciada por ellas, nada más para seguirme.
¡Babosas! Si yo fuera una de ellas no me ocuparía de mí.
Me cae. Estaría felizmente fornicando alguna mosquita muerta, de esas facilonas que abundan en cualquier basurero. O comiendo algún cadáver exquisito de cualquier especie animal.
Desde mi escritorio en la oficina las miro replegadas en el vidrio de la ventana con sus diminutos ojos sobre mi, observando cada movimiento que hago, sólo se alejan cuando la secretaria las amenaza con un bote de toxico para fulminarlas ¡si hasta parecen que piensan! Dice la secre emocionada.
Exacto, siempre he dicho que tu tienes cerebro de mosquita, ¡mi teoría esta resuelta!-contesto.
¡Idiota! Y volvió a encajonarse en su escritorio para continuar con la ardua labor de pintarse las uñas.
La neta que es castrante tener que aguantar a una muchacha “braga fácil” que no hace nada y gana más que tú. Son chingaderas.
Salgo a la comida y veo a las moscas apiñadas en un poste de luz o teléfono, la verdad, ¡que sé yo! Solo están ahí alertas a mis movimientos.
La gente me rehúye. Creen que apesto o algo así.
Me sacan la vuelta al ver la nube de moscas encima de mi cabeza. Las moscas más huevonas van replegadas en mi ropa.
Llego al consultorio de Remigio, un amigo de la infancia, quien me recibe efusivamente y después del clásico como has estado, le platico mi situación. El buey se me queda mirando como si analizara a un interno mental ¡Carajo! ¿Seguro que no es tu imaginación? Mira que tú de chico inventabas historias.
No contesto. Simplemente señaló hacia su ventana donde mis perseguidoras esperan. Revoltosas como siempre, Remigio se asombra de la cantidad de insectos voladores que amenazan la pulcritud de su oficina.
¿Seguro que no tienes mierda embarrada en las suelas o en tu ropa? ¿Te bañaste cabrón? Después de media hora de examen ocular, la ciencia medica y tres posgrados médicos valieron madre.
Me saco sangre para analizar mi sistema inmunológico, que más tarde me llamaría para los resultados.
Sin esperanzas, salgo rumbo a mi casa. No tenia ganas de volver al trabajo. Me tiro en la cama y mis nuevas amigas aterrizan sobre mi cuerpo. Siento las diminutas patas pegajosas sobre mi piel
Ya hace hambre. No comí. Hasta ahora me doy cuenta de eso. Mejor duermo. Ellas no duermen al contrario también con hambre comienzan a devorarme lentamente.
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