Autor: Víctor González ©
(Segundo lugar, concurso cuento navideño convocado por la Direccion de Cultura de Reynosa)
¡Caray, estoy preocupado! ¿Por qué los niños de hoy, no se conforman con juguetes simples?
Lo pensó y verdaderamente Santa Clos, se veía desencajado.
Esta próxima navidad no era igual a las anteriores.
En el almacén, los renos y yo, acomodamos cajas repletas de juguetes que ya no pidieron los niños y niñas.
Ya no deseaban una muñeca, un balero, una bicicleta, un tren eléctrico, ¡mucho menos ropa! Que siempre es el último recurso de Santa cuando se queda sin efectivo.
Santa Clos contó su plan y nos aterrorizamos de la medida drástica que tomaría a fin de cumplir con los deseos navideños de los pequeños terrícolas.
Trabajar doble turno.
¡trabajaaar, tú, Santa!
Sí, y no se rían. Sentenció Santa Clos.
Nunca habíamos visto a Santa tan resuelto hacer algo. Su risa jocosa poco a poco desapareció para dar paso a una línea de expresión llamada sonrisa.
Fue una mañana sacudida por una tormenta de nieve, cuándo, Santa abandono el Polo Norte y descendió entre los mortales para encontrar una chambita extra.
Llegó a un almacén inmenso que exhibía aparatos eléctricos. Sobresalían los regalos descritos en las cartas que recibió.
Una computadora portátil, celulares, Consolas de videojuego, reproductores de música MP3, I-pod, todos se desparramaban a lo largo y ancho sobe las vitrinas. Allá muy al fondo, un departamento lucía desierto y empolvado… La juguetería. Santa entristeció.
Pero, faltaban aún más obstáculos para el pobre Santa.
Cartas de recomendación, Currículo Vitae, identificación ciudadana con residencia de tres años en la ciudad. A cambio de todo ese papeleo recibiría una oportunidad laboral. Un salario de 50 pesos diarios, 12 horas de trabajo, una hora para la comida; y si deseaba cubrir hora extra, se pagaba a 25 pesos y se otorgaba un día de descanso a elección del trabajador. Santa entristeció.
Encontró trabajo en una maquiladora, sin tantos trámites, su primer día de trabajo terminó con los pies hinchados, dolor de espalda, vista cansada, mal alimentado.
Observó que sus compañeros de línea caminaban sonámbulos por los pasillos de la fábrica, la mayoría, trabajando tres días seguidos sin ir a sus hogares.
Santa hizo cuentas y trabajando horas extras diariamente no completaría `para comprar los regalos costosos esta navidad.
Se sentó a llorar.
Un hombre de traje se acercó “vamos buen hombre no creo que su pena sea más grande que la mía, todo tiene solución”.
Era la primera vez, desde que bajo del Polo Norte, que encontraba una palabra agradable. Un gesto. Un rostro amable.
¿Cuál es su pena? inquirió Santa, dejando de llorar para prestar atención a ese hombre trajeado.
Se sacudió el traje y respondió “mi hijo esta enfermo, dicen los doctores que tiene un extraño virus que desgasta sus defensas, ya gasté mucho dinero, vendí una fabrica en Singapur, daría todo lo que tengo ahora para mejorar su salud”.
Se metió las manos en los bolsillos y miró hacia el cielo.
Santa lo miró fijamente y expresó: Si yo dijera que realmente soy Santa Clos y un poco de mi sangre alivia todos los males terrestres, ¿Usted que diría?
El hombre dubitativo con una sonrisa nerviosa contestó que el personaje navideño es un mito que nunca, inclusive a él, trajo regalos en la víspera navideña porque sus padres compraban todo lo que él deseaba.
¿Es verdad lo que usted dice? Si es así ¿Qué pide a cambio?
Mirando sus pies hinchados, las manos callosas, su raquítico sueldo y sobre todo la desesperanza en el rostro de los obreros. Santa, solicitó a cambio de su sangre que en la víspera de navidad hiciera llegar regalos electrónicos a los niños de una lista que entregó al hombre del traje.
La transfusión de sangre fue un éxito, el niño recuperó su jovialidad y energía en noche buena, su papá, le contó que fue un regalo de Santa Clos.
Al otro día, en el barrio de San Pedro de las Colinas, una gran algarabía despertó a todos.
Un convoy de tráileres repartía aparatos electrónicos de video juegos, celulares, computadoras, Ipod, acompañados de un juguete tradicional y con un mensaje “con los mejores deseos; Santa Clos”.
Feliz, pero triste, porque ya no podrá bajar a la tierra, Santa, observó caritas felices de miles de niños que recibieron su deseo navideño.
Tuve que animarlo y decirle que el mejor regalo que dejo a la humanidad con su sangre, fue el altruismo.
Que ahora en adelante el hombre del traje se multiplicaría en más “hombres trajes” para llevar alegría a los niños y niñas de la clase trabajadora.
Fin
Navidad del 2008
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