Autor: Víctor González
Esa noche el menú, Tlacuache asado. Las mujeres se esmeraron. El capitán Carlos Cantú sin apetito. Traer 50 familias desde Querétaro y colonizar esa vasta tierra extendida sobre sus pies, fue agotador.
Su preocupación eran los naturales de esas llanuras, cuyas leyendas atroces de ferocidad, obligaba instalar soldados en puntos clave para proteger a la expedición. Come crudos, pintos, huicholes, sólo nombrarlos asomaba el pánico.
Sigilosamente llegaron sorprendiendo a la guardia, degollados caían como las hojas del mezquite. Puntas afiladas de hueso entraban en la humanidad de los expedicionarios, gritos, llantos, un verdadero pandemónium invadió a todos.
Las provisiones fueron robadas, las mujeres temían ser ultrajadas, trató de levantarse, un fuerte golpe lo derribó, semi consciente escucho a un indio con perfecto español preguntar por el guía. Se ergio tambaleante.
Era un come crudo, evangelizado en la tierra del nuevo Reino de León, buscaba venganza. Su familia muerta gracias a soldados españoles. Realmente la caravana era pobre, explicó, somos tranquilos. No bastó, fue torturado.
El resto de la milicia amarrada a los troncos mezquitales. Niños y mujeres confinados en una sola campaña. Mientras los salvajes revisaban las pocas pertenencias. Sin fuerzas el capitán Carlos Cantú cerró los ojos, lloró de impotencia y rezó. Abrió los ojos, la noche serena y apacible, despeja la pesadilla.
Cuando amaneció, un aire inundado de aromático café despertó sus sentidos y observó gran caudal, tierra fértil, pasto verde. Decidió levantar la villa. Fray Agustín ofició la primera misa.los indios aparecieron nada salvajes. Algunos estaban evangelizados y se unieron a la población.
(259 palabras, 259 años de la fundación de Reynosa)
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