Por Víctor González
Hoy es domingo, cómo cualquier otro domingo. Temprano llegan mis padres con la Barbacoa. María Luisa, mi mujer, tiene lista la mesa. Los niños medio despiertan. Siguen soñando que el fin de semana dure siete días. Como siempre mi viejo se toma un café, acompañado de un cigarrillo; aunque su doctor lo prohibió. Le lanzo una mirada de reproche. Me responde lo de siempre, que lo deje hacerlo; ya vivió mucho, que me preocupe yo, que mis críos aun me necesitan. Me resigno, de alguna forma tiene razón.
Allá en la cocina, mi madre está dando consejos culinarios a María Luisa. Se escucha el timbre; son mis hermanos, un domingo de cada mes nos acompañan, hoy toca. Otra vez el timbre, sorpresa, mis tíos de Monterrey se presentan; tras de ellos, favela la prima incomoda que trabaja en un Bar de New York, quiere ser actriz de Hollywood. Mi madre y María Luisa se desviven por atender a los invitados.
De pronto. Todos hacen un semi círculo alrededor mío y me observan. Estoy pasmado, ahora sé, que es un domingo como cualquier otro, a excepción de que , hoy es mi velorio.
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